lunes, 11 de febrero de 2008

Capítulo 2, Episodio 3


Un chasquido de dedos resonó desde la habitación contigua, al momento las esclavas se apresuraron a conducirme ante su presencia. No volvió a escucharse un solo sonido, mas que el eco de nuestros apurados pasos.
Los arcos que adornaban el pasillo escondían tras de sí el umbral a un salón de dimensiones incalculables, pisos de mármol en desniveles saturados de tonalidades blanquecinas y azules, enormes vitrales hacían las veces de paredes, filtraban luces multicolores que dibujaban siluetas ansiosas que recorrían mi vestido a cada paso que daba y al tocarme se iban a ocultar tras las cortinas rojas, los candelabros parecían escurrirse de las cúpulas mientras pasaba bajo de ellos, los pabilos de las veladoras que colgaban de las columnas danzaban acariciados por una fresca corriente con aroma a inciensos, el salón parecía tener vida propia y cambiar a su antojo de tonalidades anaranjadas a rojizas. Al llegar al centro del lugar se me ordenó detenerme, las esclavas que me escoltaban, hicieron una reverencia y se regresaron sobre sus pasos, las puertas se cerraron.

Noté que me encontraba parada sobre un enorme circulo de mármol oscuro el cual tenía argollas empotradas en toda su circunferencia, en lo más alto del techo, sobre mi cabeza, advertí suspendido otro circulo de dimensiones exactas al primero, largas cadenas descendían de esté, inscripciones rojas como las que tatuaban mi piel le adornaban.

En la parte central al fondo del salón, sobre un pedestal, ocupando un enorme trono tachonado en cuero, se encontraba él, sentado detrás de un altar, con la soberbia y majestuosidad que solamente una deidad posee, al verlo ahí, con su mirada penetrándome, inmutable, tuve un orgasmo que me dejó temblando las piernas, No pude sostener la mirada y caí de rodillas. Así lo había idealizado desde un principio y así esperaba encontrarme; en su templo, de rodillas ante su altar, adorándolo fervientemente como a un Dios.

Escuché sus pasos más no me atreví a levantar la vista, sentí su aroma exquisito conforme se acercaba a mi, se detuvo a escasos pasos de mis rodillas, cerré los ojos y permanecí inmóvil a pesar del escalofrío constante que recorría todo mi cuerpo, el mango de su látigo se clavó en mi barbilla y de un movimiento me levantó la cara.

Foto: Kevin H

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