miércoles, 26 de marzo de 2008

Capítulo 3, Episodio 1


Cerré los ojos y me sumí en una negrura tan espesa que me apartó completamente de lo que ocurría a mi alrededor, mi mente ya no estaba ahí, mi cuerpo gradualmente fue apagándose al dolor, hasta que dejé de sentir, de estar, me entregué a un estado de inconsciencia tan profundo que no advertí el momento en que todo ocurrió. Era poco decir que estaba exhausta, mi cuerpo no encontró más energía para seguir y simplemente deje de estar por no sé cuánto tiempo.

Un violento despertar sacudió mi cuerpo desde sus adentros, a través de una ventana abierta de par en par, la luz del sol vulneraba mis ojos ya acostumbrados a las penumbras, mi cuerpo comenzó a temblar de miedo al darme cuenta que me encontraba recostada en la misma habitación de hotel donde todo había comenzado, miré el entorno; más mi mente se resistía a hilar cualquier pensamiento, me había quedado petrificada, en un sobresalto revisé mi cuerpo para confirmar todos mis temores; ya no tenía un collar puesto, ni grilletes en los tobillos, ni ataduras en mis manos... me encontraba libre y sola (no sé cuál de las dos me aterrorizaba más)

El teléfono nunca sonó, no había una nota con mi nombre en el tocador, con amargura comprendí que todo había terminado. El corazón me dio un vuelco y las lágrimas comenzaron a deslizarse por mi cuello, tanta fue mi tristeza que hubiera deseado morir en ese instante. Volver a la realidad sin duda fue el golpe que más dolió.

Mi tristeza conmigo a cuestas deambulaba por las calles grises de la ciudad a un paso lastimoso, sin rumbo fijo, mis pensamientos, todos, se encontraban dispersos en la nada. Mi cuerpo era un fantasma ajeno al ir y venir de las personas, mis ojos, ciegos, se habían negado a abrirse. De pronto, sin saber de que manera había llegado ahí, me encontré parada de frente a la puerta de entrada de mi casa, había perdido el sentido del tiempo, esforzándome un poco me pude dar cuanta que mi esposo y mi hijo estarían aquí en unos días después de sus vacaciones, ellos llegarán a casa, mis heridas físicas habrán desaparecido, entrarán a casa repartiendo besos y cariños.

El estómago se me revolvió y vomité la poca comida que había probado justo sobre el tapete que anunciaba "bienvenido a casa". No me había dado cuenta lo delgada que estaba hasta que pude ver mis pómulos salientes en el reflejo de la ventana. Esto era más de lo que podía resistir, caí de rodillas y clavé mi cabeza entre mis piernas, volví a llorar al darme cuenta que me encontraba aquí a un paso de un destino que no quería cumplir..

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dificil no identificarse con este escrito, desde la perdida del sentido del tiempo, al reconocimiento de enfrentar un destino incierto.

Me gusto.
Saludos.

Dinora dijo...

Saliste de la negrura.. tu descides si vuelves a ella, estas en control

Saludos!

Gittana dijo...

Bieeeen... me encanto, ahora voy hacia arriba...